Alí Ramón Rojas Olaya
Profesor e investigador de la Escuela Venezolana de Planificación
Ante una pregunta que me hizo una estudiante, algo alterada, sobre cómo debemos responder los venezolanos ante la xenofobia de la que son víctimas algunos venezolanos que viven en Ecuador, mi respuesta, después de una corta, pero nutritiva reflexión es la siguiente: Debemos amar el gentilicio ecuatoriano. –Pero, ¿Cómo? Si ellos… (la interrumpí).- Escúchame, por favor. Si un hombre, sea venezolano o no, asesinó a una mujer, esté embarazada o no, sea ecuatoriana o no, debe ser sometido a la justicia. El odio, la venganza y la xenofobia no son buenos consejeros. “Disponer la conformación inmediata de brigadas para controlar la situación legal de los inmigrantes venezolanos”, como señaló el presidente ecuatoriano, es una actitud antibolivariana. Daré veinticinco razones por las cuales debemos amar a Ecuador.
Hablar de Ecuador es hablar de la Batalla de Ibarra. Ocurrió el 17 de julio de 1823 en la Ribera de Tahuando cuando se enfrentaron las tropas independentistas comandadas por Simón Bolívar y las tropas realistas lideradas por el pastuso Agustín Agualongo. Esta fue la única batalla dirigida personalmente por Bolívar en territorio ecuatoriano cuando este departamento, la Nueva Granada y Venezuela éramos un solo país llamado República de Colombia (por eso los tres países tenemos el amarillo, azul y rojo en nuestras banderas). Hasta acá van dos razones para amar a Ecuador.
Acá va la tercera. Cuando la actual capital ecuatoriana pertenecía a la Real Audiencia de Quito, nació una niña el 27 de diciembre de 1795 llamada Manuela Sáenz. Cuando se hizo mujer, amó y fue amada por el Libertador entre 1822 y 1830. Le salvó la vida a Bolívar en varias ocasiones. Brilló con luz propia. Dijo en una ocasión: “Mi país es todo el continente de la América y he nacido bajo la línea del Ecuador”. Manuela Miró al héroe desde su balcón. Arrojóle, con desatino, una corona de admiración. Nunca fue tan grande el amor que allí nacía. Unión de corazones, cuerpos e ideas. El, el Libertador de América, ella su Libertadora. La lucha por la independencia continúa. Amor infinito, amor de compromiso, amor siempre.
La cuarta razón. El ecuatoriano Eloy Alfaro, nacido en Montecristi el 25 de junio de 1842, y Cipriano Castro, nacido en Capacho el 12 de octubre de 1858, quisieron cumplir el sueño de Bolívar reuniendo nuevamente en el año 1900 en un solo país a Venezuela, Ecuador, Colombia (Nueva Granada se arrogó este nombre en 1863) e incorporando a Nicaragua. No se lograron los objetivos. En 1903 los gringos hacen una guerra en Panamá y los neogranadinos pierden su istmo. A Castro le dan un golpe de Estado y Alfaro es fusilado el 28 de enero de 1912.
Quinta razón. El símbolo de la identidad ecuatoriana es Julio Jaramillo. Este cantor nacido en Guayaquil el 1° de enero de 1935 se radicó en Venezuela en 1965. Su repertorio forma parte de toda una generación.
Sexta y séptima razón. En mi corazón están el compositor Gerardo Guevara con quien compartimos bellos momentos en el Aula Magna de la UCV y el poeta Medardo Ángel Silva. El músico tomó el poema Se va con algo mío del aedo y le puso música de pasillo que cantamos muchos años en el Orfeón Universitario de la UCV.
Octava razón. Hubo un gran escritor que le contó al mundo cómo las pequeñas propiedades que los terratenientes entregaban a los indígenas como compensación por su trabajo, les eran robadas más tarde por los mismos terratenientes y, cuando aquéllos protestaban por el atropello, eran asesinados. Ese hombre fue Jorge Icaza, nacido en Quito el 10 de junio de 1906. La novela donde cuenta esa dura historia es Huasipungo, publicada en 1934.
Novena razón. ¿Cómo no amar Ecuador si los rostros indígenas y de Fidel en los lienzos de Oswaldo Guayasamín forman parte de mi vida? Décima razón. ¿Qué sería del muralismo sin el maestro Apitatán?
Decimoprimera razón. El pedagogo y escritor Eugenio Espejo, primer grafitero de la Real Audiencia de Quito, que una noche, amparado por la oscuridad, colocó frases y panfletos en las calles, incitando al pueblo a levantarse en contra de los opresores: “Al amparo de la cruz, sed libres, conseguid la gloria y la felicidad”.
La decimosegunda razón es por el cine ecuatoriano. Por las películas “Ratas, ratones, rateros”, “Crónicas” “Rabia” y “Pescador” de Sebastián Cordero; “Qué tan lejos” de Tania Hermida; “La Tigra” de Camilo Luzuriaga; y los documentales “500 años después, el regreso” de Hernán Cuéllar Mideros y “Alfaro Vive Carajo: del sueño al caos” de Isabel Dávalos, vale la pena amar a Ecuador.
Decimocuarta razón. En el edificio Nacional de la avenida Baralt, se encuentra un inmenso mural de cerámica prolicromada que rinde homenaje a Simón Bolívar y Manuela Sáenz. Esta obra de arte lleva por título La Patria Naciendo de la Ternura cuyo autor es el artista ecuatoriano Pavel Égüez. Decimoquinta razón. Ecuador es llamado el país de las sopas.
Decimosexta, decimoséptima y decimoctava razones. Ecuador parió a tres mujeres imprescindibles: Manuela Espejo, quiteña nacida el 20 de diciembre de 1753. Hizo labores proindependentistas como estafeta y fue enfermera durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló Quito en 1785. Tránsito Amaguaña Alba, nacida en Pesillo, el 10 de septiembre de 1909, fue parte de las marchas indígenas que reclamaban tierras y derechos laborales. Cuando se vinculó al Partido Comunista fue apresada. En una ocasión dijo: “Yo me he envejecido en esta lucha, y ahora lo menos he de morir comunista”. Y la activista política Nela Martínez, nacida en Cañar el 24 de noviembre de 1912. Participó en la revolución La Gloriosa, que derrocó al dictador Carlos Arroyo del Río. Para ella, “la luz de esperanza que de generación en generación nos unió, desaparece entre la corrupción de los vende patria, de los usurpadores de los ahorros de los pobres”. Cuando recibió el premio Manuela Espejo el 8 de marzo de 2002 dijo: “El Plan Colombia es para establecer la política global fascista”. El 21 de mayo de 2003 le escribe desde Quito a Fidel Castro: “La Independencia de Cuba es la esperanza de una humanidad que aspira a tenerla. Defenderla es nuestra obligación irrenunciable. Yo, la más humilde de sus amigas, levantaré el hecho de mis noventa años como una enseña de vida y lealtad. Ofrezco mis manos a Cuba, para la tarea que necesite”.
Decimonovena razón. En Latacunga nace en 1903 el escritor, historiador, ensayista y crítico literario Alfonso Rumazo González. Vivió en Venezuela desde 1953 hasta su muerte, acaecida en el año 2002. Acá enseñó en la Facultad de Humanidades de la Universidad Central de Venezuela y en la Universidad Santa María. Fue profesor honorario de la Universidad Simón Rodríguez. Es autor del libro El maestro de América.
Vigésima razón. ¿Sabías que el 9 de octubre de 1820, los venezolanos León de Febres Cordero, Miguel Letamendi, Luis Urdaneta y Juan José Flores, se sumaron a la causa independentista de Guayaquil de Bolívar y Sucre?
Vigesimoprimera razón. ¿Sabes desde dónde y quién escribió una de las odas más emblemáticas del romanticismo del siglo XIX que comienza así: “Yo venía envuelto con el manto de Iris, desde donde paga su tributo el caudaloso Orinoco al Dios de las aguas. Había visitado las encantadas fuentes amazónicas, y quise subir al atalaya del Universo. Busqué las huellas de La Condamine y de Humboldt; seguilas audaz, nada me detuvo; llegué a la región glacial, el éter sofocaba mi aliento. Ninguna planta humana había hollado la corona diamantina que pusieron las manos de la Eternidad sobre las sienes excelsas del dominador de los Andes? La escribió Simón Bolívar desde Loja, ciudad del sur de Ecuador, pero que cuando el Libertador la concibió con el nombre de Mi delirio sobre el Chimborazo, tanto Loja como este volcán pertenecían a nuestro país que para el 13 de octubre de 1822 se llamaba República de Colombia.
Vigesimosegunda razón. Es en el malecón de la ciudad de Guayaquil donde se reunieron los dos grandes libertadores de América: Simón Bolívar y José de San Martín los días 26 y 27 de julio de 1822.
Vigesimotercera razón. Una mañana de sol radiante de 1825, Bolívar le pide a su amigo guayaquileño José Joaquín de Olmedo, poeta nacido el 5 de marzo de 1780, que escriba un poema a la gesta independentista de Junín. El vate hace la tarea y le envía una carta y el poema. En la primera le pide unas observaciones. En uno de sus pasajes nos cuenta cómo salió derrotado el enemigo español: “Tendió su manto lóbrego la noche y las reliquias del perdido bando, con sus tristes y atónitos caudillos corren sin saber dónde, espavoridas, y de su sombra misma se estremecen, y al fin en las tinieblas ocultando su afrenta y su pavor, desaparecen. ¡Victoria por la Patria! ¡Oh Dios, victoria! ¡Triunfo a Colombia y a Bolívar gloria!”. Al leer el Libertador del mediodía de América el poema, le escribe desde Cuzco al aedo el 27 de junio de 1825: “Querido amigo. Hace muy pocos días recibí en el camino dos cartas de usted y un poema; las cartas son de un político y un poeta, pero el poema es de un Apolo. Todos los calores de la zona tórrida, todos los fuegos de Junín y Ayacucho, todos los rayos del Padre Manco-Cápac no han producido jamás una inflamación más intensa en la mente de un mortal”. Sobre las observaciones que le pide el autor, Bolívar escribe el 12 de julio de ese año: “Confieso a usted humildemente que la versificación de su poema me parece sublime; un genio lo arrebató a usted a los cielos. Usted conserva en la mayor parte del canto un calor vivificante y continuo…Permítame usted, querido amigo. Le pregunte: ¿de dónde sacó usted tanto astro para mantener un canto tan bien sostenido desde su principio hasta el fin?”
Vigesimocuarta razón. ¿Tú sabes quién está enterrado en la Catedral Metropolitana de Quito? ¿Tú sabes quién pidió cuando muriera ser enterrado en la capital ecuatoriana? Pues allí están los restos de Antonio José de Sucre, el Abel de América, el héroe de Pichincha y Ayacucho, el hombre asesinado en Berruecos por los ancestros de Lenín Moreno e Iván Duque. Cuando Bolívar se enteró de este magnicidio, exclamó: “¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!… La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida”.
Vigesimoquinta y última razón, por ahora. En el año 1851, Simón Rodríguez escribe en Ecuador Consejos de amigo dados al Colejio de Latacunga a Rafael Quevedo, rector del Colegio San Vicente, para que “sea único en el Ecuador y el principal cuando en otras partes lo hayan imitado. Siempre será el primero, porque empezó a dar ejemplo”. En este libro, Rodríguez nos da una cátedra de qué debemos enseñar: “Más cuenta nos tiene entender a un indio que a Ovidio”. También se define como “un hombre eminentemente sociable porque ve su patria donde se halla y compatriotas en los que lo rodean”.
 
Mi alumna, más tranquila, me dijo (tomando unas palabras de Rodríguez): Tiene usted razón, profesor, el odio y la xenofobia son armas antibolivarianas, en cambio nosotros “vinimos al mundo a entreayudarnos, no a entredestruirnos”. No se hable más…y que ¡Viva el amor!